lunes, 5 de noviembre de 2012

Cheap poetry for a gloomy Monday.


Little girl lost, holding on to what is left
a monster torn it all apart
and turned out it was herself

Little girl lost fantasizing on the past
when the stars where so bright
and she stared at them until she was left blind

Little girl lost dealing with the aftermath
of a psychedelic world and
the magic she drowned herself in

Little girl lost in a void that is so deep
even when she cries out loud
nobody can hear

Little girl lost waking up from a bad dream
 fearing of closing her eyes again
for she could swear that it was real

Little girl lost reaching for a hand 
that is no longer to be found


lunes, 1 de octubre de 2012

Obituario a mi calzado.


Jubilé a las botitas, le anuncié con tristeza a mi amigo Juan José, que me saludaba después de acordarse de mí y del juego más imbécil que existe en el planeta que para referenciar llamaremos, Caballero. Caballero consiste en sentar a varios borrachos alrededor de una mesa en el momento en el cuál su agilidad mental sea cuestionable, pero que aún permita que funcionen al mismo tiempo capacidad lingüística y coordinación motriz.

La explicación escrita resulta absolutamente confusa, pero se trata de enredar entre movimientos y palabras al compañero de junto para que entre cada error sea apodado con un nombre ridículo que conforme avanza el juego se vuelve más largo, impronunciable y por demás faltoso. El juego, como ya dije es bastante estúpido, sin embargo la maravilla consiste en que la diversión a costa de la dignidad del prójimo es inolvidable y los participantes comparten en sus corazones tiernos motes como Puerca Snake, Papaya Jugosa Suculenta, Mampo Querendón, entre otros que prefiero no mencionar por respeto a los aludidos.  

Botitas Atascadas es todo lo que recuerdo de un apodo gigantesco con el que fui bautizada en Tiburón, un aguardiente tradicional de San Cristóbal de las Casas que se puede conseguir por unos modestos 30 pesos el litro en cualquier tienda de abarrotes del pueblo. Con el paso de los años, Botitas sigue siendo sobrenombre con el que aún mis queridos amigos los biólogos me llaman cariñosamente. 
El par de botas que me valieron el apodo, son uno de los pares de zapatos más entrañables que han acompañado mis pasos. De niña siempre me gustó echar a perder calzado fino brincando en charcos. Esas botas de lluvia fueron el regalo tardío de mi infancia que me llegó como premio de consolación cuando por ahí del 2009 mi entonces novio me dijo regresando de un viaje que se iba a vivir a otro país pero que me compró unas botas de hule. Después de todo, ¿quién necesita un novio, cuando tiene unas botas de colores sumergibles en todo tipo de pozas urbanas?


Mis botas, en incontables ocasiones estuvieron y me mantuvieron a salvo, aguantaron fríos polares, cruzaron el río Lacantún un par de veces, me acompañaron en varios deberes a cubetazo limpio, caminaron conmigo éste y otros continentes, aguantaron lodazales inimaginables de conciertos con tormenta, hasta que un día hace poco murieron de manera muy poco elegante en una lluvia mediocre de la colonia Roma Norte. 

Era un domingo en la tarde, y como toda tarde de domingo que se respete no tenía absolutamente nada que hacer , la lluvia constante desde horas antes me había frustrado el plan de ir a caminar y por un café. La culpa de la muerte de mis botas fue  en parte de mi refrigerador de soltera generalmente vacío  y  en parte de la tarde lluviosa que dictaba películas con su respectiva dotación de chatarra. Para mi mala suerte la lluvia mediocre se había juntado con la mediocre labor de desazolve de coladeras de la delegación Cuauhtémoc. Las banquetas eran pequeños estanques que para mis botas no representaban un reto, pero no conté con la nula visibilidad del agua mezclada con el lodo de las jardineras y cualquier tipo de mugre en la que prefiero no pensar. 

La impermeabilidad de mis botas sólo llega hasta la altura de las botas que en esta ocasión, no era la altura de las circunstancias, así que tuve que hacer algunas maniobras complicadas para brincar hacia los lados más bajos de los charcos. 

Logré impecable el camino de ida hacia la tienda de abarrotes, compré mis palomitas y refresco gigantes y me dispuse a caminar la misma ruta antes descrita de regreso. La falta de visibilidad hizo que mi pie cayera en un hoyo de profundidad insólita y quedara atorado, muy atorado. Después de un forcejeo brusco sentí como la temperatura de mi cuerpo cambiaba al mismo tiempo que mi pie izquierdo flotaba dentro de mi bota, herida de muerte a una cuadra de mi edificio. 

Cuando le dije a JuanJo que había jubilado LAS botitas respondió: ‘que tengan un ocaso de su vida digno’, creo que tiene razón y dadas las condiciones en las que tuve que sacarlas de circulación les escribo estas líneas con agradecimiento y nostalgia por los pasos que ya no daremos juntas. 

miércoles, 27 de junio de 2012

Luzverde.

Había una vez en una ciudad caótica una mujer histérica que tenía prisa todo el tiempo. Una tarde salió corriendo a una junta, iba tarde, como siempre. -Periférico... lateral o carriles centrales?. Lateral, avanza en chinga, todo bien. Cruzó Pedregal, San Jerónimo, Altavista... ¡mierda!, los coches se detuvieron por completo, no avanzaba. Le tomó más de 20 minutos llegar hasta Las Flores y no había manera de moverse hacia ningún lado con mejores resultados. Golpeó el volante con fuerza, se pegó a la bocina, le gritó a la señora de junto que intentaba cambiarse de carril en una camioneta dos veces más grande que su coche bloqueando el paso por completo. 

El calor era insoportable y los diez minutos que había adelantado su reloj intencionalmente la presionaban aún más. 5:48(5:38), ¡Chingada, tenía que estar ahí hace 8 minutos y no voy a lograrlo antes de las 6:00! Su celular comenzó a sonar con insistencia y la ansiedad era insoportable. Cada vez más la inundaba el sentimiento de impotencia que sólo producen las ganas de moverse sin éxito y con presión, como cuando se te sube el muerto, como dicen. Pasaron otros 18 minutos y el semáforo de Barranca del Muerto, donde tenía que dar vuelta se veía a unos metros, vio como la luz del semáforo cambiaba de verde a amarilla y de amarilla a roja unas cuatro veces hasta que por fin estaba cerca de la esquina. -Dos coches, sí paso, sólo dos coches.

La luz del semáforo cambió a rojo de nuevo y los autos que estaban delante de ella lograron pasar, en ese momento, un limpiaparabrisas se paró abruptamente en medio de la calle justo frente a ella, haciendo imposible que avanzara ignorando la señalización. -!Putamadre! El limpiaparabrisas se recargó sobre el cofre de su coche, y estuvo a punto de mojar el cristal con el agua que contenía la botella que traía en las manos. Ella, furiosa, lo miró directo a los ojos como quien quiere golpear con rabia a la persona que está enfrente. ¡NO!, no traigo, gritó tajante. El muchacho ignoró su gesto y con fuerza comenzó a verter el agua en el cristal en forma de un corazón gigante, se acercó a la ventana. -Señorita, con una sonrisa basta. La luz cambió de nuevo a verde.
Fin.

jueves, 23 de febrero de 2012

De puentes.

Hoy de nuevo escuché esa canción donde Cerati agradece los puentes, entre eso y el Capítulo 93 de Rayuela me puse a pensar sobre estas estructuras que sirven para conectar dos puntos, acortar distancias, solucionar accidentes geográficos y obstáculos físicos.

Según información que recibí de fuentes pertinentes, los puentes tienen su origen en la prehistoria. Posiblemente el primer puente de fue un árbol caído que usó un hombre para conectar las dos orillas de un río. También utilizaron losas de piedra para arroyos pequeños cuando no había árboles cerca. Los siguientes puentes fueron arcos hechos con troncos o tablones y eventualmente con piedras, usando un soporte simple y colocando vigas transversales.


La mayoría de estos primeros puentes eran muy pobremente construidos y raramente soportaban cargas pesadas. Fue esta insuficiencia la que llevó al desarrollo de mejores puentes, en fin, cada vez la modernidad fue ayudando al hombre para hacer estas estructuras más eficientes y seguras. 
A pesar de ser cosas que pueden parecer comunes y triviales, no dejan de sorprenderme. En mi último viaje a la playa por la Autopista del Sol, el único tramo de carretera que recuerdo lúcidamente fueron los gigantescos puentes que anuncian las vacaciones y que siguen produciendo la misma emoción que me daba cuando era niña.
Mis favoritos son los puentes colgantes, me divierte muchísimo brincar sobre ellos y escuchar crujir la madera, me encanta el vértigo de ver para abajo y sentirme segura sobre cada tabla, pero al mismo tiempo me aterra pensar que pasaría si alguna de las partes en su estructura deja de funcionar y yo caigo irremediablemente hacia lo que sea que este debajo.


Recuerdo feliz las veces que crucé caminando el puente de Brooklyn, todas como si fuera la primera, observando con muchísimo cuidado cada detalle, cada persona y el paisaje urbano de mi lugar favorito en este planeta. 

A pesar de que mis conocimientos en ingeniería estructural son francamente limitados ,me ha tocado construir mis propios puentes, como a todo el mundo.  Ahí está la maravilla, lo que más me gusta de los puentes es que no son privilegio de los estudiados, ni están en función de que tengan una utilidad práctica o real, están ahí para que pase lo que sea que tenga que pasar.Y  también es ahí donde radica su dificultad y su riesgo. Maravillosas dualidades.

Los puentes no aparecen de la nada, se construyen, se trabajan y se aseguran. A veces los derrumbes son inminentes. Cortázar dijo que le atormentaba un amor que le sirve de puente porque se sostenía de un solo lado y  Cerati agradece el puente que le permitía cruzar hacia algún lugar.

¿Y yo? Yo no dejo de asombrarme, de mirarlos con vértigo y de cruzar los dedos.