lunes, 1 de octubre de 2012

Obituario a mi calzado.


Jubilé a las botitas, le anuncié con tristeza a mi amigo Juan José, que me saludaba después de acordarse de mí y del juego más imbécil que existe en el planeta que para referenciar llamaremos, Caballero. Caballero consiste en sentar a varios borrachos alrededor de una mesa en el momento en el cuál su agilidad mental sea cuestionable, pero que aún permita que funcionen al mismo tiempo capacidad lingüística y coordinación motriz.

La explicación escrita resulta absolutamente confusa, pero se trata de enredar entre movimientos y palabras al compañero de junto para que entre cada error sea apodado con un nombre ridículo que conforme avanza el juego se vuelve más largo, impronunciable y por demás faltoso. El juego, como ya dije es bastante estúpido, sin embargo la maravilla consiste en que la diversión a costa de la dignidad del prójimo es inolvidable y los participantes comparten en sus corazones tiernos motes como Puerca Snake, Papaya Jugosa Suculenta, Mampo Querendón, entre otros que prefiero no mencionar por respeto a los aludidos.  

Botitas Atascadas es todo lo que recuerdo de un apodo gigantesco con el que fui bautizada en Tiburón, un aguardiente tradicional de San Cristóbal de las Casas que se puede conseguir por unos modestos 30 pesos el litro en cualquier tienda de abarrotes del pueblo. Con el paso de los años, Botitas sigue siendo sobrenombre con el que aún mis queridos amigos los biólogos me llaman cariñosamente. 
El par de botas que me valieron el apodo, son uno de los pares de zapatos más entrañables que han acompañado mis pasos. De niña siempre me gustó echar a perder calzado fino brincando en charcos. Esas botas de lluvia fueron el regalo tardío de mi infancia que me llegó como premio de consolación cuando por ahí del 2009 mi entonces novio me dijo regresando de un viaje que se iba a vivir a otro país pero que me compró unas botas de hule. Después de todo, ¿quién necesita un novio, cuando tiene unas botas de colores sumergibles en todo tipo de pozas urbanas?


Mis botas, en incontables ocasiones estuvieron y me mantuvieron a salvo, aguantaron fríos polares, cruzaron el río Lacantún un par de veces, me acompañaron en varios deberes a cubetazo limpio, caminaron conmigo éste y otros continentes, aguantaron lodazales inimaginables de conciertos con tormenta, hasta que un día hace poco murieron de manera muy poco elegante en una lluvia mediocre de la colonia Roma Norte. 

Era un domingo en la tarde, y como toda tarde de domingo que se respete no tenía absolutamente nada que hacer , la lluvia constante desde horas antes me había frustrado el plan de ir a caminar y por un café. La culpa de la muerte de mis botas fue  en parte de mi refrigerador de soltera generalmente vacío  y  en parte de la tarde lluviosa que dictaba películas con su respectiva dotación de chatarra. Para mi mala suerte la lluvia mediocre se había juntado con la mediocre labor de desazolve de coladeras de la delegación Cuauhtémoc. Las banquetas eran pequeños estanques que para mis botas no representaban un reto, pero no conté con la nula visibilidad del agua mezclada con el lodo de las jardineras y cualquier tipo de mugre en la que prefiero no pensar. 

La impermeabilidad de mis botas sólo llega hasta la altura de las botas que en esta ocasión, no era la altura de las circunstancias, así que tuve que hacer algunas maniobras complicadas para brincar hacia los lados más bajos de los charcos. 

Logré impecable el camino de ida hacia la tienda de abarrotes, compré mis palomitas y refresco gigantes y me dispuse a caminar la misma ruta antes descrita de regreso. La falta de visibilidad hizo que mi pie cayera en un hoyo de profundidad insólita y quedara atorado, muy atorado. Después de un forcejeo brusco sentí como la temperatura de mi cuerpo cambiaba al mismo tiempo que mi pie izquierdo flotaba dentro de mi bota, herida de muerte a una cuadra de mi edificio. 

Cuando le dije a JuanJo que había jubilado LAS botitas respondió: ‘que tengan un ocaso de su vida digno’, creo que tiene razón y dadas las condiciones en las que tuve que sacarlas de circulación les escribo estas líneas con agradecimiento y nostalgia por los pasos que ya no daremos juntas.